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SOLEDAD
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SOLEDAD
SOLEDAD
Estaba solo, muy solo,
en la mayor soledad.
Me preguntaba:
a quién llamar.
Duele encontrase solo.
¡Ya!, me dije. Llamaré
a los bomberos de la ciudad.
¡Ah, los bomberos
de la ciudad!
Tardé muy poco en oír
las sirenas de sus tanques:
Iaaaaaa…iá. Iaaaaaa…iá.
Llegaron con sus mangueras y sus cascos
y con sus botas de montar.
(¿no son de montar?),
escaleras arriba, arriba
(ah, pensé, si subieran
a las casa cantando
libertad, libertad…).
¡El fuego! ¡El fuego!
En dónde está, en dónde está,
preguntaba el bombero jefe
con toda su autoridad.
¡Hola, bomberos!, les saludé desde la puerta:
¡pasad! ¡pasad!
La verdad es que no hay fuego.
Me encontraba muy solo…
¿Nunca os ha destruido la soledad?
Y pensé: subirán
con sus mangueras y sus amiantos
y ahuyentarán la soledad.
Esto, exclamó otro bombero,
¡es un abuso!
¡Una temeridad!
¡Voy a llamar a la policía!
– Eso, eso: la policía:
ella acabará con la soledad.
Es una fiesta la policía,
sobre todo
si empieza a disparar.
¡Ale, ale! ¡A disparar!
Por cada muerto a causa del fuego
cuantos no han muerto,
mis queridos bomberos,
a causa de la soledad.
Hay que apagar la soledad, les dije,
lo mismo que debemos apagar el fuego. Qué pasaría
si se propagara la soledad…
Los bomberos no lo entendían:
-propagar, propagar…
Subieron los vecinos asustados
-esos que esconden su soledad-
¿Hay fuego, preguntaban
los taimados, de verdad?
Niños, policías de tráfico,
la policía municipal,
¡viva la policía municipal!,
unos pintores, con su uniforme blanco,
que venían a empapelar,
-¡a empapelar! ¡a empapelar!-
una delegación de comisarios,
los del agua, los del gas,
los del teléfono, los de la electricidad…
Por hoy, pensé, ya estoy tranquilo:
¡adiós, soledad!
- en la mayor soledad.
Me preguntaba:
a quién llamar.
Duele encontrase solo.
¡Ya!, me dije. Llamaré
a los bomberos de la ciudad.
¡Ah, los bomberos
de la ciudad!
Tardé muy poco en oír
las sirenas de sus tanques:
Iaaaaaa…iá. Iaaaaaa…iá.
Llegaron con sus mangueras y sus cascos
y con sus botas de montar.
(¿no son de montar?),
escaleras arriba, arriba
(ah, pensé, si subieran
a las casa cantando
libertad, libertad…).
¡El fuego! ¡El fuego!
En dónde está, en dónde está,
preguntaba el bombero jefe
con toda su autoridad.
¡Hola, bomberos!, les saludé desde la puerta:
¡pasad! ¡pasad!
La verdad es que no hay fuego.
Me encontraba muy solo…
¿Nunca os ha destruido la soledad?
Y pensé: subirán
con sus mangueras y sus amiantos
y ahuyentarán la soledad.
Esto, exclamó otro bombero,
¡es un abuso!
¡Una temeridad!
¡Voy a llamar a la policía!
– Eso, eso: la policía:
ella acabará con la soledad.
Es una fiesta la policía,
sobre todo
si empieza a disparar.
¡Ale, ale! ¡A disparar!
Por cada muerto a causa del fuego
cuantos no han muerto,
mis queridos bomberos,
a causa de la soledad.
Hay que apagar la soledad, les dije,
lo mismo que debemos apagar el fuego. Qué pasaría
si se propagara la soledad…
Los bomberos no lo entendían:
-propagar, propagar…
Subieron los vecinos asustados
-esos que esconden su soledad-
¿Hay fuego, preguntaban
los taimados, de verdad?
Niños, policías de tráfico,
la policía municipal,
¡viva la policía municipal!,
unos pintores, con su uniforme blanco,
que venían a empapelar,
-¡a empapelar! ¡a empapelar!-
una delegación de comisarios,
los del agua, los del gas,
los del teléfono, los de la electricidad…
Por hoy, pensé, ya estoy tranquilo:
¡adiós, soledad!
POEMA DE JESÚS LIZANO
Pienso que la soledad, tan abundante hoy en la tercera edad y sobre todo en las grandes ciudades es el cáncer que hace mayores estragos en nuestros días.
Crupier
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