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Mensaje por los compartidores Miér 09 Sep 2009, 9:15 pm

Recuerdo del primer mensaje :



EL DIABLO DE PINE BARRENS EN NUEVA JERSEY



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En Pine Barrens, Nueva Jersey, vive un demonio que lleva
aterrorizando a la población local durante 250 años. Algunos dicen que
es una leyenda, otros no tanto…La leyenda comenzó en 1735. Una mujer,
madre de 12 niños, estaba embarazada de su decimotercer hijo. Al
escuchar la noticia del embarazo, maldijo el feto diciendo que este
niño sería el mismísimo diablo.
Una oscura y tormentosa noche, la mujer, de nombre Leeds, dio a luz
un niño adorable. Lamentablemente, el aspecto angelical de la
criaturita pronto se fue convirtiendo en una figura horrible, delante
de los ojos de todos. Comenzó a crecerle una cola, una cabeza similar a
la de un perro, los pies se le hicieron pezuñas, y empezaron a crecerle
alas parecidas a las de un murciélago.
El diablo atacó y mató a la partera de una paliza, destrozando la
casa y volando hacia arriba, a través de la chimenea. Durante unos
cinco años, el diablo continuó aterrorizando a la población de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo], asustando a la gente al atardecer.

En 1740, un sacerdote decidió que algo había que hacer con el
demonio de Nueva Jersey, y lo exorcizó para que abandonara la ciudad y
el pueblo durante los próximos cien años. El sacerdote advirtió a la
gente que sólo podía expulsarlo durante 100 años, pero, cuando
volviera, lo haría a modo de venganza. La leyenda del diablo de Nueva
Jersey se fue transmitiendo de generación en generación, como una
advertencia de que tuvieran cuidado con el regreso del diablo.
El diablo no fue visto hasta 1778, antes de que volviera en 1840.
Stephen Decatur, que estaba probando balas de cañón en un campo de
tiro, vio a una criatura volando sobre el cielo. Decatur disparó una
bola de cañón sobre ella, sin embargo apenas le hizo daño al diablo.
Unos años más tarde, el hermano de Napoleón, José Bonaparte, vio al
propio Diablo en una partida de caza en Nueva Jersey.
En 1840, como ya había advertido el sacerdote, el Diablo de Nueva
Jerset volvió para consumar su venganza, aterrorizando a la gente,
matando cabezas de ganado, y despertando a la ciudad en medio de la
noche con sus terribles gritos. La venganza continuó hasta 1841.
Después de esa fecha, las cosas comenzaron a ir más tranquilas, y la
gente empezó a creer que el diablo había muerto.
Sin embargo, en enero de 1909, Pine Barrens y otras áreas de Nueva
Jersey volvieron a sufrir los avistamientos del diablo durante una
semana. Miles de personas llamaban cada noche a la policía contando sus
experiencias y dónde habían visto al diablo. La gente hablaba de ruidos
fuertes y gritos en el techo de sus casas. Incluso otros se despertaron
con fuertes golpes en las ventanas.
Algunas personas afirman que el Diablo de Nueva Jersey es
una simple leyenda, una historia inventada por la población local para
asustar a los niños que se quedan hasta tarde despiertos. Otros
discrepan y dicen que el Diablo existe, y que aún vive. Muchos de estos
aún hablan de avistamientos del Diablo. Si alguna vez os encontráis
solos en la zona de Pine Barrens, nunca se sabe lo que os puede suceder…
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Mensaje por paula Miér 12 Jun 2013, 8:51 pm

EL PUENTE DEL INCA
Leyenda calchaquí

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Sobre tierra argentina, en la región de Mendoza donde la Cordillera de los Andes despliega en espléndidas galas la majestad de su belleza, se encuentra el Puente del Inca, el famoso puente que la Naturaleza ha tendido entre ambas orillas de un torrentoso río de la cordillera, que corre entre cerros de cumbres nevadas.

En la base de uno de esos cerros, al borde mismo del río, al pie del famoso puente, se encuentran fuentes de las que brota el agua a borbollones, agua caliente de excelentes virtudes medicinales.

Todo es allí magnífico y grandioso. Cuando la nieve cubre con soberbio manto de blancura el Puente del Inca, su visión es maravillosa. Se admira entonces una enorme masa de hielo tornasol con los colores más bellos de una aurora en primavera.
Del puente cuelgan cortinados de hielo que parecen de algodón, y algunas composiciones minerales se agrupan formando originales jarrones de colores, por los que se deslizan las estalactitas.

En ciertas mañanas el puente parece de oro, y el reflejo de su luz forma arco iris con la nieve y el agua de las cascadas.
Esta obra prodigiosa de la Naturaleza, trae al espíritu del que la contempla la sensación profunda de hallarse en un mundo de maravillosa fantasía.

La imaginación de nuestros indios tejió su leyenda alrededor de ella; le dio a su existencia un origen divino: sólo los dioses pudieron crear obra de tan grandiosa y sorprendente belleza.

He aquí la leyenda:
Estaba ya próximo el fin del Inca del Imperio, y su sucesor, su único hijo, se encontraba gravemente enfermo.
El pueblo, que sentía adoración por el futuro monarca, elevaba sus ruegos al dios Inti (Sol), a Mama-Quilla (la Luna) y a todos los dioses, haciendo sacrificios en su honor por la salud del enfermo. Pero ni los médicos del Imperio ni las súplicas del pueblo devolvían la salud al inteligente y bondadoso príncipe. Si éste llegaba a morir, desaparecía con él uno de los más poderosos Incas del Imperio, que habría de gobernarlos con verdadera sabiduría y justicia.

El temor de su muerte llenó de tristeza al pueblo, que no cesaba de interrogar a los dioses cuál era el remedio eficaz para salvar la vida al futuro monarca.

Al fin consultaron a los amautas (filósofos), y ellos dijeron que el príncipe recuperaría la salud, si se bañaba en las aguas de un maravilloso poder que existían en regiones del continente muy apartadas.

En efecto: sabían que en lugares lejanos, en dirección al sur, entre las rocas de los cerros de la cordillera, brotaba el agua buena que curaba a los enfermos de todos sus males. También aseguraron que para llegar hasta esas fuentes había que recorrer largas distancias, atravesar desiertos y escalar montañas.

Los sacerdotes, los sabios y los médicos decidieron el viaje del príncipe a tan lejanas regiones, y sin pérdida de tiempo comenzaron los preparativos para realizarlo.

En una mañana de sol, luminosa y clara como la esperanza de devolver la perdida salud al príncipe de los Incas, partió del Cuzco en dirección al sur, la larga caravana de viajeros que había de conducirlo hasta las fuentes de las que brotaba el agua salvadora.

Acompañaban al príncipe, nobles, sabios, sacerdotes y médicos. Los seguía una recua de llamas cargadas con víveres y todo lo necesario para tan largo viaje.

Muchas, muchas lunas duró la travesía. Montañas abruptas, valles tranquilos, campos desiertos, verdes praderas, ríos, arroyos, pasaron ante los ojos de la larga caravana que, llena de asombro, admiraba cuadros maravillosos en los que la Naturaleza parecía haber reunido toda su grandeza y su esplendor.

Durante la noche veían las montañas como si fuesen espectros gigantescos, y oían salir de las entrañas de la tierra y de los precipicios, roncos acentos que el eco repetía como voces misteriosas en la inmensidad del espacio.

Al llegar a cierto lugar, se quedaron los indios maravillados ante la imponente majestad de uno de los colosos de la cordillera, y exclamaron con asombro: ¡Acon-Cahua!
Esto traducido de su idioma, el quichua, significa: “vigía o centinela de piedra”.

Se encontraban ante nuestro grandioso Aconcagua, el pido más alto de nuestra cordillera y uno de los más elevados del globo.

A poco andar, llegaron al fin, en las últimas horas de la tarde, a una quebrada en cuyo fondo corría encajonado un río torrentoso que bramaba entre las piedras de su profundo lecho.

Se detuvieron; y el sonido estridente de la kepa (clarín) anunció que allí se encontraban las fuentes del agua salvadora que buscaban. Pero esas fuentes estaban en el lado opuesto de la quebrada; la distancia que los separaba de ellas era demasiado grande y el camino inaccesible.

¡Creyeron desfallecer ante el obstáculo insalvable que se les presentaba!...Pasaron allí la noche cavilando en el modo de llegar a las fuentes, mas al amanecer del día siguiente, les fue dado presenciar el hecho más maravilloso que imaginar podían.

Cuando las primeras claridades de la aurora comenzaron a colorear la nieve de los montes vecinos, hubo un momento indescriptible en que, ante el asombro de los aborígenes, los picos helados parecieron inclinarse hacia la quebrada.
Inmensos peñascos caían desde colosales alturas, al mismo tiempo que grandes trozos de hielo desprendían de las cimas. Unidos unos y otros, formaron un puente magnífico por el que podía llegarse sin dificultad a las fuentes del agua maravillosa.
De este modo, el poder sobrenatural de los dioses, acercó al príncipe de los Incas a las fuentes de las aguas buenas, las que le dieron la salud y la vida; y a su pueblo, la alegría y la calma.

Así fue cómo la larga caravana que viajó desde el Cuzco, regresó jubilosa, llevando en sus ojos la visión encantada de la grandeza sublime de nuestras montañas y del poder sobrehumano de sus dioses buenos.

Los indios llamaron al puente maravilloso, el Puente del Inca.

Cuentan que al acercarse la noche, cuando los cerros que lo rodean se esfuman como envueltos en velos de suaves colores, una larga caravana de figuras extrañas parece cruzar de unos montes a otros, mientras el cantar del agua de las cascadas rompe gozoso el profundo silencio de las montañas inmensas
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Mensaje por paula Miér 12 Jun 2013, 8:52 pm

El Chajá
Leyenda Guaraní

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El anciano Aguará era el Cacique de una tribu guaraní. En su juventud, el valor y la fortaleza lo distinguieron entre todos; pero ahora, débil y enfermo, buscaba el consejo y el apoyo de su única hija, Taca, que con decisión acompañaba al padre en sus tareas de jefe.

Taca manejaba el arco con toda maestría, y en las partidas de caza, a ella correspondían las mejores piezas, constituyendo el trofeo de su arrojo ante el peligro. Todos la admiraban por su destreza y la querían por su bondad. Muchas veces había salvado a la tribu en momentos de peligro, reemplazando al padre que, por la edad y por la salud resentida, estaba incapacitado para hacerlo.

Aparte de todas estas condiciones, Taca era muy bella. De color moreno cobrizo su piel, tenía ojos negros y expresivos, y en su boca, de gesto decidido y enérgico, siempre brillaba una sonrisa. Dos largas trenzas negras le caían a los lados del rostro. Un tipoy cubría su cuerpo hasta los tobillos, y con una faja de colores que los guaraníes llamaban chumbé, lo ceñía a la cintura.

Las madres de la tribu acudían a ella cuando sus hijos se hallaban en peligro, seguras de encontrar el remedio que los salvara. Era la protectora dispuesta siempre a sacrificarse en beneficio de la tribu.

Los jóvenes admiraban su bondad y su belleza, y muchos solicitaron al Cacique el honor de casarse con tan hermosa doncella. Pero Taca rechazaba a todos. Su corazón no le pertenecía.

Ará-Naró, un valiente guerrero que en esos momentos se hallaba cazando en las selvas del norte, era su novio y pensaban casarse cuando él regresara. Entonces el viejo Cacique tendría, en su nuevo hijo, quien lo reemplazase en las tareas de jefe.

La vida de la tribu transcurría serena; pero un día, tres jóvenes: Petig, Carumbé y Pindó, que salieron en busca de miel de lechiguana, volvieron azorados trayendo una horrible noticia. Al llegar al bosque en busca de panales, cada uno de ellos había tomado una dirección distinta. Se hallaban entregados a la tarea, cuando oyeron gritos desgarradores. Era Petig, que, sin tiempo ni armas para defenderse, había sido atacado por un jaguar cebado con carne humana y nada pudieron hacer los compañeros para salvarlo, pues ya era tarde. El jaguar había dado muerte al indio y lo destrozaba con sus garras. Carumbé y Pindó no tuvieron más remedio que huir y ponerse a salvo. Así habían llegado, jadeantes y sudorosos, a dar cuenta de lo sucedido.

Esta noticia causó estupor y miedo en la tribu, pues hasta entonces ningún animal salvaje se había acercado al bosque donde ellos acostumbraban ir a buscar frutos de banano, de algarrobo y de mburucuyá, que les servían de alimento.

Desde ese día no hubo tranquilidad en la tribu. Se tomaron precauciones; pero el jaguar merodeaba continuamente y muchas fueron las víctimas del sanguinario animal.

El Consejo de Ancianos se reunió para tomar una determinación que pusiera fin a semejante amenaza de peligro para todos.

Y decidieron: era necesario dar muerte a quien tantas muertes había producido.

Para conseguirlo, un grupo de valientes debía buscar y hacer frente a la terrible fiera, hasta terminar con ella.

El Cacique aprobó la determinación de los Ancianos. Pidió a los jóvenes de la tribu que quisieran llevar a cabo esta empresa, se presentaran ante él.

Grande fue la sorpresa del jefe cuando vio aparecer en su toldo a un solo muchacho: Pirá-U.

De los demás, ninguno quiso exponer su vida.

Pirá-U sentía gran admiración y un gran reconocimiento hacia el viejo Cacique. En cierta ocasión, hacía muchos años, Aguará había salvado la vida de su padre, de quien era gran amigo. Fue un verdadero acto de heroísmo el cumplido por el valiente Cacique, con peligro de su propia vida.

Desde entonces, nada había que Pirá-U, agradecido, no hiciera por el viejo Aguará. Por eso, ésta era una espléndida oportunidad para demostrarlo. Él sería el encargado de librar a la tribu de tan terrible amenaza. Así fue que Pirá-Ú, sin ayuda de nadie, confiando en su valor y en la fuerza que le prestaba el agradecimiento, partió a cumplir tan temeraria empresa. Gran ansiedad reinó en la tribu al siguiente día. Todos esperaban al valiente muchacho, deseosos de verlo llegar con la piel del feroz enemigo.

Pero las esperanzas se desvanecieron. Pasó ese día y otros más y Pirá-U no regresó.

Había sido una nueva víctima del jaguar. Nuevamente se reunió el Consejo y nuevamente se pidió la ayuda de los jóvenes guerreros. Pero esta vez nadie respondió... nadie se presentó ante el Cacique. Era increíble que ellos que habían dado tantas veces pruebas de valor y de audacia, se mostraran tan cobardes en esta ocasión.

Taca, indignada, reunió al pueblo, y en términos duros y con ademán enérgico, les dijo:

Me avergüenzo de pertenecer a esta tribu de cobardes. Segura estoy de que si Ará-Naró estuviera entre nosotros, él se encargaría de dar muerte al sanguinario animal. Pero en vista de que ninguno de vosotros es capaz de hacerlo, yo iré al bosque y yo traeré su piel. Vergüenza os dará reconocer que una mujer tuvo más valor que vosotros, cobardes!

Así diciendo entró en su toldo. El padre, que se hallaba postrado por la enfermedad, se oponía a que su hija llevara a cabo una empresa tan peligrosa.

- Hija mía -le dijo- tu decisión me honra y me demuestra una vez más que eres digna de tus antepasa¬dos. Mi orgullo de padre es muy grande. Te quiero y te admiro; pero la tribu te necesita. Mi salud no me permite ser como antes y sin tu apoyo no podría gobernar.

Padre, los dioses me ayudarán y yo volveré triunfante. Si permitimos que el sanguinario animal continúe con sus desmanes no podremos llegar al bosquecillo en busca de alimentos, y la vida aquí será imposible.

Hija mía; otros deben dar muerte al jaguar. Tú eres necesaria en la tribu y no es muy seguro que te libres de morir entre las garras de la fiera.

Padre... tus súbditos han demostrado ser unos cobardes. Creen que el yaguareté es un enviado de Añá para terminar con nosotros, y temen enfrentarlo. Yo debo salvar a la tribu. ¡Permite que vaya, padre mío!

El anciano tuvo que acceder. Las razones que le daba su hija eran justas y claras ¬ y no había otra manera de librarse de enemigo tan cruel.

Y Taca empezó los preparativos para ponerse en viaje ese mismo día al atardecer.

Cuando se disponía a partir, varios jóvenes trajeron la noticia de que los cazadores que partieran hacía una luna, se acercaban. Estaban a corta distancia de los toldos.

Fue para Taca una noticia que la lleno de placer y de esperanza. Entre los cazadores venía Ará-Ñaro, su novio, y él podría acompañarla para dar muerte al jaguar. Impacientes esperaban la llegada de los bravos cazadores, los que se presentaron cargados de innumerables animales muertos, pieles y plumas, conseguidos después de tantos sacrificios y de tantos peligros.

Fueron recibidos con gritos de alegría y de entusiasmo por toda la tribu que se había reunido cerca del toldo del Cacique. Junto a la entrada se encontraba éste con su hija Taca, rodeados por los ancianos del Consejo.

El viejo Aguará saludó con todo cariño a los valientes muchachos, que se apresuraron a poner a sus pies las piezas más hermosas.

- Ará-Naró, después de agasajar al Jefe, se dirigió a Taca, y como una prueba de su gran amor, le ofreció el presente que le tenía dedicado: una colección de las más vistosas y brillantes plumas de aves del paraíso, de tucán, de cisne, de garza y de flamenco. El gozo y la satisfacción se pintaron en el rostro de la doncella, que con una suave sonrisa agradeció el obsequio.

Después... cada uno se retiró a su toldo. Aguará, Taca y Ará-Naró quedaron solos. El sol se había ocultado detrás de los árboles del bosquecillo cercano. Un reflejo rojo y oro teñía las nubes, y como venido de lejos se oyó el grito lastimero del urutaú.

En ese momento, el viejo Cacique comunicó a Ará-Naró la decisión de su hija.

-Hijo mío- le dijo - un jaguar cebado con sangre humana ha hecho muchas víctimas entre nuestro pueblo. El primero fue Petig, que tomado desprevenido, murió deshecho por la fiera. Después Saeyú y otros que, confiados, fueron al bosque en busca de alimentos. Se decidió dar muerte al sanguinario animal; pero Pirá-Ú, encargado de ello, no ha vuelto. Fue, sin duda, una víctima más... Y ahora nadie quiere hacer frente a tan terrible enemigo. Todos le temen creyéndolo un enviado de Añá, imposible de vencer.

Taca, por su parte, ha decidido ser ella quien termine con el jaguar, y piensa partir ahora mismo.

-Taca, eso no es posible- dijo resuelto Ara-Ñaro-. Esa no es empresa para ti. Y los guerreros de nuestra tribu: ¿qué hacen? ¿Cómo permiten que una doncella los aventaje en valor y los reem¬place en sus obligaciones?. -Los jóvenes temen a Añá, y no quieren atacar a quien creen su enviado. -Taca, ¡no irás! Seré yo quien dé muerte al jaguar, y su piel será una ofrenda más de mi amor hacia ti.

-No podrá ser, Ará-Ñaró. ¡He dado mi palabra y voy a cumplirla!... Dentro de un instante saldré en busca del jaguar, y cuando vuelva gritaré una vez más su cobardía a los súbditos del valiente Aguará.

-No has de ir sola, Taca. Espera unos instantes y yo te acompañaré.

¬ Ya debo partir, Ará-Ñaro; “yahá!”…, “yahá!”…(¡vamos!, ¡vamos!).

Pronto se reunió Ará-Ñaró a su prometida, y cuando la luna envió su luz sobre la tierra, ellos marchaban en pos del enemigo de la tribu. La esperanza de terminar con él los alentaba. Cuando llegaron al bosque, Ará-Ñaró aconsejó prudencìa a su compañera, pero ella, en el deseo de terminar de una vez por todas con el carnívoro, adelantándose, lo animaba:

- “yahá!”…, “yahá!”…

Cerca de un ñandubay se detuvieron. Habían oído un rozamiento en la hierba. Supusieron que el jaguar estaba cerca. Y no se equivocaban. Saliendo de un matorral vieron dos puntos luminosos que parecían despedir fuego. Eran los ojos de la fiera, que buscaba a quienes pretendían hacerle frente. Con paso felino se iba acercando, cuando Ara¬Naró, haciendo a un lado a su novia y obligándola á guarecerse detrás de un añoso árbol, se dirigió, decidido, hacia la fiera.

Fueron momentos trágicos los que se sucedieron. ¡El hombre y la fiera luchando por su vida! Ará-Naró era fuerte y valiente, pero el jaguar, con toda fiereza, lanzó un rugido salvaje. Taca, que desde su escondite seguía con ansiedad una lucha tan desigual, se estremeció.

Un zarpazo desgarró el cuello del valiente indio y lo arrojó a tierra. Con él rodó la fiera enfurecida y poderosa.

Taca dio un grito, y de un salto estuvo al lado del animal ensangrentado, que se trabó en pelea con su nueva atacante.

Pero fue en vano. En esa prueba de valientes, ninguno salió triunfante.

Taca, Ará-Ñaró y el jaguar pagaron con su vida el heroísmo que los llevó a la lucha.

Pasaron los días. En la tribu se tuvo el convencimiento de la muerte de los jóvenes prometidos.

-El viejo Cacique, cuya tristeza era cada vez mayor, fue consumiéndose día a día, hasta que Tupá, condolido de su desventura, le quitó la vida.

Todos lloraron al anciano Aguará, que había sido bueno y valiente, y de quien la tribu recibiera tantos beneficios.

Prepararon una gran urna de barro, y después de colocar en ella el cuerpo del Cacique, pusieron sus prendas y, como era costumbre, provisiones de comida y bebida.

En el momento de enterrarlo, en el lugar que le había servido de vivienda, una pareja de aves, hasta entonces desconocidas, hizo su aparición gritando: -- “yahá!”…, “yahá!”…

Eran Taca y Ará-Naró, que convertidos en aves por Tupá, volvían a la tribu de sus hermanos.

Ellos los habían librado del feroz enemigo, y desde ahora serían sus eternos guardianes, encargados de vigilar y dar aviso cuando vieran acercarse algún peligro.

Por eso, el chajá, como le decimos ahora, sigue cumpliendo el designio que le impusiera Tupá, y cuando advierte algo extraño, levanta el vuelo y da el grito de alerta: ; "Yahá!..., " "Yahá!"...
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Mensaje por paula Miér 12 Jun 2013, 8:53 pm

La creacion del maiz.
Leyenda Azteca

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Los huicholes estaban cansados de comer cosas que no les gustaban.

Querían alguna cosa que pudieran comer todos los días, pero de maneras diferentes.

Un joven huichol oyó hablar del maíz y de sus famosos mets, unas tortillas, los chilaquiles y la sopa de tortilla que se preparaba con este cereal.

Pero el maíz se encontraba muy lejos, al otro costado de la montaña. Eso no lo desalentó y se puso en marcha.

Al cabo de poco tiempo vio una hilera de hormigas y como él sabía que ciertas de ellas eran las guardianas del maíz, las siguió.

Pero cuando el joven se durmió, las hormigas, sin ningún problema, se devoraron todas sus vestimentas, dejándolo sólo con su arco y sus flechas.

Sin ropas y hambriento el huichol se puso a lamentar. Fue entonces que un pájaro se posó sobre un árbol próximo. El joven apuntó su arco sobre él, pero el pájaro le regañó y le dijo que ella era la Madre del maíz. Lo invitó a seguirla hasta la Casa del Maíz donde ella lo autorizaría a tomar todo lo que él buscaba.

En la Casa de Maíz se encontraban cinco bellas doncellas, las hijas de la Madre del Maíz: Mazorca Blanca, Mazorca Azul, Mazorca Amarilla, Mazorca Roja y Mazorca Negra.

Mazorca Azul lo encantó con su belleza y su dulzura. Se casaron y volvieron a la villa Huichol.

Como él no tenía aún casa, durmieron un tiempo en un lugar dedicado a los dioses.

Después, como por encantamiento, la casa de los recién casados se llenaba cada día de espigas que la decoraban como flores.

Las gentes venían de todas partes porque Mazorca Azul les ofrecía espigas a manos llenas.

La bella esposa enseñó a su marido a sembrar el maíz y a cuidar los cultivos. Enterándose qué delicias ofrecía este nuevo alimento, los animales intentaron robarle. Mazorca Azul enseñó a las gentes a colocar fuego alrededor de los cultivos para espantar a las bestias en busca de espigas tiernas.

Los Ancianos cuentan que Mazorca Azul, después de haber enseñado todo lo que ella sabía, se molió ella misma y es de esta forma que los hombres conocieron el excelente atole, una bebida caliente que se prepara con granos de maíz.
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Mensaje por paula Miér 12 Jun 2013, 8:53 pm

YINCIHAUA Leyenda de Tierra del Fuego

(Leyenda Selk’nam - Ona)

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Todos los años en la primavera, las jóvenes mujeres onas se juntaban en una choza especial, para la importante fiesta llamada “yincihaua”. Acudían desnudas, con el cuerpo pintado y en sus rostros máscaras multicolores. Tenían gran imaginación para hacerse hermosos dibujos geométricos, que representaban los distintos espíritus que viven en la naturaleza. Ellos les daban los poderes que ejercían sobre los hombres.

Ese día una de las niñas tomó con mucho cuidado un poco de tierra blanca y empezó lentamente a trazar las cinco líneas que pensaba pintar desde su nariz hasta las orejas. Las otras jóvenes trataron de imitarla, ya que las figuras en el rostro eran muy importantes.

La fantasía de cada una se echó a volar y se pintaron de arriba abajo con armoniosas figuras. Unas a otras se ayudaban, pero para no ser reconocidas, se pusieron en sus rostros unas máscaras talladas. Blanco, negro y rojo eran los colores preferidos. En un momento dado, cuando ya estaban todas preparadas, salieron de la choza con grandes chillidos y mucho alboroto para asustar a los hombres que las esperaban afuera.

La bulliciosa ceremonia se encontraba en su apogeo y todos daban gritos, cuando sobre el tremendo ruido reinante se escuchó una fuerte discusión entre el hombre sol y su hermana, la mujer-luna.
-Yo no te necesito- insistía con altivez la luna.
-Sin mí, no puedes vivir- le contestó sarcástico el sol.
-Perdería mi brillo quizás, pero seguiría viviendo.
-Sin el brillo que yo te doy no vales nada.
-No seas tan presumido, hermano sol.
-Tú deberías ser más humilde, hermana luna.

Y así siguieron la disputa como dos niños chicos. Todos los hombres se pusieron de parte del sol y las mujeres apoyaron a la luna. La discusión fue creciendo, creciendo y ni siquiera el marido de la mujer luna, que era el arcoiris o “akaynic”, pudo lograr que la armonía volviera a reinar entre la gente de la tribu.

De pronto, un gran fuego estalló en la choza del “yincihaua”, donde las mujeres habían ido a buscar refugio cuando la pelea se hizo más fuerte. Allí estaban encerradas cuando las alcanzaron las llamas.

Aunque el griterío fue inmenso, ninguna logro salvarse. Todas murieron en el incendio. Pero se transformaron en animales de hermosa apariencia, según había sido su maquillaje. Hasta hoy mantienen esas características y las podemos ver, por ejemplo, en el cisne de cuello negro, en el cóndor o en el ñandú.

Afortunadamente ellas nunca supieron lo que había sucedido. Les habría dado mucha pena, porque fueron los propios hombres los que prendieron el fuego. Es que tenían envidia del poder que en el comienzo de los tiempos ostentaban las mujeres, y querían quitárselo.

Después de este penoso episodio, la mujer-luna se fue con su esposo “akaynic” hasta el firmamento. Detrás de ellos, queriendo alcanzarlos, se fue corriendo el hombre-hermano-sol, pero no pudo lograrlo.

Todos se quedaron, sin embargo, en la bóveda celestial y no volvieron a bajar a las fiestas de los hombres
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Mensaje por paula Miér 12 Jun 2013, 8:54 pm

EL SOL ROJO
Leyenda Guaraní

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Entre los indios mocoretaes había uno, joven, aguerrido y valiente llamado Igtá (hábil nadador) que amaba a la más buena y hermosa de las mujeres de su tribu, Picazú (paloma torcaz), y quería casarse con ella.

Los padres de Picazú consintieron en que se realizase tal boda; pero siendo necesario para ello la aprobación de la Luna, llamaron al Tuyá (adivino) de la tribu para que la consultara.

Era una noche plácida y serena. La luz blanca, clara, brillante y hermosa de la Luna iluminaba los campos y las tolderías de los indios. Y el Tuyá interpretó:
-Esa luz que nos envía la Luna significa que ella aprueba satisfecha la boda de Igtá y Picazú.

Entonces, el Jefe de la tribu ordenó a Igtá demostrase a todos que en verdad era digno y merecedor de tomar compañera. Para ello debía arrojarse a las aguas de la laguna y nadar durante largo rato. Después, ir en busca de un gran número de presas de caza.
Igtá, que era excelente nadador y había cazado mucho desde su niñez, realizó las pruebas con el mayor éxito, pues nadó cuanto se lo pidió y trajo entre sus brazos abundante caza.

Las ceremonias de la boda realizáronse una noche, después de tres lunas. Se encendió una gran hoguera, a cuyo alrededor todos los indios comían, bebían, bailaban y gritaban, festejando tan grande acontecimiento.

Pero algo faltaba para que Igtá y Picazú fueran felices: tener la seguridad de que Tupá, su dios bueno, había aprobado también la boda. Y esperaron.

¡Cuál no sería su pena y desconsuelo, cuando llegada la noche siguiente comenzó a caer una copiosa lluvia! Eran las lágrimas de Tupá las que caían sobre la tribu para significar el descontento y desaprobación del dios por haberse realizado la unión de los jóvenes indios.

Igtá y Picazú no podían, pues, continuar unidos perteneciendo a la tribu. Debían huir y arrojarse a las aguas de la laguna. Allí había una isla donde moraban todos los que se habían casado contrariando la voluntad de Tupá. Los dos debían ir a esa isla para no volver jamás.

Al día siguiente cesó la lluvia. Y por la tarde, a la hora en que el sol iba a ocultarse en el ocaso, Igtá y Picazú se arrojaron al agua y comenzaron a nadar.

Los indios de su tribu, reunidos a orillas de la laguna, viéndolos alejarse lentamente, los injuriaban y maldecían para aplacar el enojo de Tupá y evitar sus castigos, pues ésta era su creencia.

Igtá, hábil nadador, consiguió nadar buen trecho, ayudando también a su infortunada compañera. Poco faltaba a Igtá y Picazú para llegar a la isla sanos y salvos, cuando una nueva desgracia cayó sobre ellos: Ñuatí (Espina), un guerrero malvado de la tribu, les arrojó una flecha. Todos los indios lo imitaron, y entonces fue una lluvia de flechas la que llegó hasta Picazú e Igtá, quienes, heridos quizás por ellas, desaparecieron de la superficie de las aguas.

En ese preciso instante el sol, que se hundía en el horizonte, tomó un intenso color rojo; y su luz tiñó la laguna e iluminó de rojo los campos y el cielo.

Esto llenó de asombro a los indios, los que, atemorizados, huyeron velozmente, alejándose de la laguna.

Mientras tanto Igtá y Picazú, ayudados sin duda por Tupá porque eran buenos, lograban salvarse y llegar a la isla, donde podrían al fin vivir felices, pues se amaban mucho
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Mensaje por paula Miér 12 Jun 2013, 8:56 pm

Primero Muerto que esclavo
Leyenda mexicana

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Epoca Colonial
Existe en la delegación de la villa de Bernal un cerro al que por su figura se le dio el título de La media Luna.

De regular altura y grandes y elevados acantilados; no presenta su capa exterior grandes bosques ni adornos naturales, pero como todo nuestro suelo, tiene hermosas leyendas tradicionales que se descienden de padres a hijos, hasta encontrar a alguien que se ocupe de trasladarlas al papel.

En el archivo donde constan los títulos y fundación del pueblo, se ve un hermoso rasgo de valor y patriotismo de una familia chichimeca, que debe perpetuarse para estimulo de las generaciones venideras.

Se acercaban los conquistadores procedentes de este pueblo de Querétaro, en donde en donde estaba de asiento el caudillo Conin con su ejército conquistador.

Un jefe de familia chichimeca oyó decir a sus congéneres que los conquistadores venían sometiendo a todos los de su rasa a la corona de Castilla de grado o por fuerza; y antes de perder su libertad y atar su consorte y su pequeño hijo a la cadena de la esclavitud, optó por perder la vida.

Así, pues, oyendo el estruendo de los conquistadores que se acercaban, tomó a su compañera y a su hijo, fuese al teocalli y frente a sus dioses de pie, ofrendó a su mujer y a su hijo justamente con unas palanganas de mastranto coronadas de cempasúchiles, a tiempo que la compañera de rodillas exhala tristes alaridos, ofrendando oloroso incienso y haciendo signos con el sahumador en dirección a sus dioses.

Se acercaban los hombres barbudos acaudillados por Conin y el indio héroe de mi leyenda, haciendo una reverencia de cuerpo ante aquellas deidades de tosco granito, dice a su compañera, tomando de la mano a su hijo: Bahá, bahá; néxti, néxti vamonos, vamonos, corre, presto.

Y con el semblante descompuesto por la tribulación de su espíritu, su larga cabellera descompuesta, la macana en su diestra y su hijo a la siniestra, se dirige al más alto acantilado del cerro cercano de La Media Luna, no sin dirigir a los conquistadores que le seguían, una mirada terrible y desafiadora.

Llegó al bordo del pináculo, seguido de cerca por sus perseguidores y levantando en alto los brazos ofrece a sus dioses aquel sacrificio, toma la compañera de la cintura y arrojándola al espacio exclama: −Bahá dada− Anda con dios−, incontinrnti toma a su hijo de igual manera y lo arroja al espacio, no sin derramar dos gruesas lágrimas que van también a confundirse en el espacio.

Aun no se oye el estruendo de la primera víctima al caer al fondo del barranco, cuando se ve ya en el espacio el pequeño cuerpo del hijo que le sigue.

Unos cuantos metros distancian a los conquistadores de nuestro héroe cuando éste, dando una última mirada de lejos al jacal que abrigó su primer amor y otra de rabia hacia los que pretendían privarlo de su libertad, se arrojó al espacio al tiempo que dos fuertes choques macabros, seguido uno dl otro, dejáronse escuchar,
repetidos por el eco de los elevados acantilados... eran producidos por el choque de su esposa y su hijo que habían llevado ala vanguardia el sacrificio... al llegar los conquistadores le seguían, al borde del precipicio, dejóse oír el último y más acentuado estruendo en el fondo del barranco, producido por el cuerpo de nuestro
héroe al chocar con una grande y escarpada peña.

Por un buen espacio de tiempo permanecieron los conquistadores contemplando aquel cuadro desolador que dejó en su mente para siempre grabada esta sentencia filosófica−patriota: Primero Muerto que Esclavo.
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Mensaje por paula Miér 12 Jun 2013, 8:56 pm

EL INICIO DEL MUNDO
Leyenda Nortina

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Los vecinos de la sierra cuentan, desde Cupo a Socaire, desde las cumbres hasta el llano, que en un comienzo en el mundo todo era sólo noche, todo era sólo penumbras, como cuando la neblina invade la quebrada. Nada iluminaba la existencia de los hombres, quienes deambulaban por los cerros, las quebradas y las vegas en busca de esquivos alimentos. Dicen que la falta de calor y de luz impedía la germinación de las semillas, el crecimiento de las plantas; sólo existía lo que ya estaba allí.

La tierra comenzaba recién a adquirir su forma actual, aparecían los paisajes de volcanes y planicies, con su amplia gama de colores. El agua caía copiosamente; llovía y llovía. Ríos caudalosos descendían desde lo alto, gastando los cerros, arrastrando grandes rocas con las cuales desgarraban el llano, abriendo profundas grietas.

"Saire", que significa agua de lluvia, frío, hambre y soledad eran los compañeros de algunos "antiguos", los cuales difícilmente lograban sobrevivir. Se ocultaban en cuevas existentes en lugares tan separados como en Socaire, camino a las lagunas, y en la quebrada del Encanto, cerquita de Toconce, donde suelen verse sus sombras en las noches sin luna, pero es necesario ir sin compañía hasta dichos lugares para poder apreciarlo.

De estos hombres se dice que los de la cuenca del río Salado murieron por no resistir la presencia del sol; y los del sector socaireño, debido a la intensidad de las lluvias, acompañadas con sus truenos y relámpagos.

De ellos sólo perduran sus pueblos destruidos y sus tumbas saqueadas. También, a medio camino entre Toconce y Linzor, sus grandes pies quedaron marcados sobre las blandas rocas de aquella época. Hoy es posible ver esos rastros allí donde quedaron definitivamente grabados por ejemplo en Patillón.

En Socaire, cuentan algunos vecinos, cuando "los abuelos" habían hecho los terrenos y las eras, llovió durante cuarenta días y cuarenta noches, y el agua corrió y corrió, después, quizás cuántos años, demoró en terminarse el agua.

La gente en ese entonces era muy tímida, vivían en los graneros. No tenían casas, tampoco tenían nombres porque no eran cristianos. Aunque no eran gente educada eran personas muy buenas que vivían inocentemente. Trabajaban la tierra, sin herramientas porque no conocían la picota, ni la pala ni el chuzo; sólo usaban una rama de árbol y la pura mano. Sin embargo, ¡fue tanto terreno el que trabajaron!...

Ellos le cantaban al agua y el agua les ayudaba en sus trabajos, corriendo de piedra en piedra para hacer los muros de esos largos canales que aún se ven. Sin embargo, después de la larga lluvia lo perdieron todo: los terrenos, los sembrados, la vida. Por eso ahora, nadie sabe cantarle al agua para que vuelva a brotar como antes, para que haya tantos sembradíos como antes, para que la gente sea buena e inocente, como antes.

Fuente: Del libro "Monitores Culturas Originarias". Área Culturas Originarias. División de Cultura. Mineduc
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Mensaje por paula Miér 12 Jun 2013, 8:57 pm

La joroba de los búfalos
Leyenda de la tribu Chippewa (Canadá)

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Hace mucho tiempo, cuando el mundo era muy joven, el búfalo no tenía joroba. Él obtuvo su joroba un verano por su crueldad con los pájaros.

Al búfalo le gustaba correr por las praderas por placer. Los zorros corrían delante de él y avisaban a los animales pequeños que su jefe, el búfalo, venía.

Un día cuando el búfalo corría por las praderas, se dirigió hacia donde viven los pequeños pájaros que anidan en el suelo. Los pájaros avisaron al búfalo y a los zorros que iban en la dirección donde tenían sus nidos. Pero nadie, ni los zorros ni el búfalo, les prestó atención. El búfalo, corrió y pisoteó bajo sus pesadas patas los nidos de los pájaros. Incluso, cuando escuchó a los pájaros llorando, siguió corriendo sin parar.

Nadie sabía que Nanabozho estaba cerca. Pero Nanabozho se enteró de la desgracia sucedida con los nidos de los pájaros y sintió pena por ellos. Corrió, se plantó delante del búfalo y los zorros y los hizo parar. Con su bastón golpeó fuertemente al búfalo en los hombros. El búfalo, temiendo recibir otro golpe, escondió la cabeza entre sus hombros. Pero Nanabozho solamente dijo:

-Tú, a partir hoy, siempre llevarás una joroba sobre tus hombros. Y llevarás la cabeza gacha por vergüenza.

Los zorros, corrieron para escapar de Nanabozho, escarbaron agujeros en el suelo y se escondieron dentro. Pero Nanabozho los encontró y les castigó:

-Por ser crueles con los pájaros, siempre viviréis en el frío suelo.

Desde entonces, los zorros tienen sus madrigueras en agujeros en el suelo, y los búfalos tienen joroba.
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Mensaje por paula Miér 12 Jun 2013, 8:57 pm

Fragante yerbita que prolonga la vida
Leyenda del díctamo (Venezuela)

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Hubo un tiempo en que reinaba, entre los indios de los Andes, una hermosa mujer. Era muy querida y respetada. Los mozos más arrogantes y valerosos la paseaban en una silla de oro por las márgenes del espumoso río Chama. Cantaban alegres al son de sus instrumentos musicales en armonía con gozosas aves que seguían la melodía para endulzar sus oídos. La naturaleza enaltecía su belleza mostrando sus doradas espigas de maíz y un sinfín de coloridas flores silvestres.

Los indios se consideraban felices bajo el suave influjo de las destrezas y la sabiduría del gobierno de su reina. Cualquier aflicción que ella sufriese representaba para la comarca una calamidad pública.

Pero poco a poco un velo de tristeza fue cubriendo el semblante de la hija del Sol y se apoderó de ella una enfermedad sin dolor que la consumía.

En lugar de risas y jolgorio, los cantos y las danzas sólo le producían lágrimas. Sus salidas, ya poco frecuentes, se tiñeron de un lúgubre silencio.

La comunidad trató de aplacar la cólera del Ches (Ser Supremo según los aborígenes de los Andes venezolanos) haciendo la danza de los flagelantes. Cada indio tocaba con una mano la tradicional maraca y con la otra se azotaban las espaldas en señal de penitencia. En la conmovida comarca se mezclaban los sonidos musicales con las declamaciones y gritos de dolor. Por su parte, los piaches hacían adoratorios y ceremonias en la selva sagrada ante los ídolos indígenas. Pero la reina se debilitaba aún más, continuaba adelgazando y sus mejillas perdían, día tras día, su color de melocotón y rosa que solían mostrar.

La graciosa doncella, Mistajá, favorita de la soberana, sufría hondamente la desventura de su amiga y velaba día y noche junto a ella.

-Amiga –le dijo un día la reina-, no quiero morir ¿Sabes qué les ha contestado el Ches a los piaches sobre mi mal?

-No. No sé. Han guardado silencio profundo, le contestó la doncella, bañada en llanto.

-Mistajá, parece que los piaches han agotado todo remedio. Mi única esperanza está aquí –le dijo la reina, mostrándole una joya de oro macizo en figura de águila. Cuando mi padre, ya moribundo, me la entregó, me dijo estas palabras: “Esta águila es la mensajera de los dones con que el Ches nos ha elevado sobre el resto de los indios. Si la pierdes, arruinarás tu estirpe”.

-Los piaches ni los guerreros consentirían jamás en este sacrificio que puede privarte del poder –contestó la doncella.

-Mistajá, antes que el poder, prefiero la vida. Sólo en ti confío y por eso te ordeno que subas, en secreto, al Páramo de los Sacrificios y ofrendes el águila de oro al Ches.

La compañera se tornó pálida y se estremeció de la cabeza a los pies. Era muy peligrosa su misión. Sólo los piaches y sabios subían al teatro de los misterios.

-Yo haré lo que me mandes aunque represente un sacrificio para que recuperes tu salud, contestó la fiel amiga, llena de mucho brío y temor a la vez.

-Muy temprano debes partir para que al rayar el sol estés en el círculo de piedras que existe en la cumbre solitaria. Allí cavarás un hoyo en el centro, y después de invocar al Ches, con tres gritos agudos que se oigan muy lejos, enterrarás el águila de oro y esparcirás por todo el círculo un puñado de mis cabellos. Luego observarás, con gran atención, las señales en el aire, la tierra o el cielo que enviará el Ser Supremo.

Aquella noche Mistajá esperó despierta la hora de partir, recibió de manos de la reina, la preciosa joya, un gajo de su abundante cabello y sus propias armas.

Aprisa aunque temerosa, la doncella transitó por los bordes de sombríos barrancos y ásperas cuestas siguiendo el rumbo que le marcaba su fuerte determinación. Después de dos horas de fatigosa marcha, alcanzó lo alto y gélido del Páramo de los Sacrificios.
Una vez en la altura, una extraña aparición la detuvo de súbito. Su estupor se congeló cuando vio unas formas humanas que cual fantasmas blanqueaban entre las sombras. Sus piernas flaquearon y cayó paralizada ante lo que parecía una larga fila de indios petrificados y cubiertos con sábanas blancas.

Largo rato permaneció Mistajá sobrecogida de terror, hasta que el día comenzó a aclarar y sus ojos pudieron penetrar en las tinieblas del frío glacial de los páramos. Entonces, la fantasiosa aparición tomó lentamente la forma de una enorme hilera de piedras blancas clavadas en punta sobre la altiplanicie. Retomó la marcha y detectó que era parte de un campo cerrado como una plaza circular muy grande y simétrica. Buscó el centro de aquel desolado espacio y con la lanza más fuerte que tenía, excavó la tierra cubierta de rocío. Se irguió hacia el Oriente, y alzó, con toda el alma, tres gritos inmensos que resonaron por los cerros vecinos. Con sus temblorosas manos enterró el águila de oro y esparció después por todo el círculo los cabellos de la reina, en momentos en que la aurora teñía de púrpura el lejano horizonte.

Se disponía a observar las señales que el Ches daría a través de la Naturaleza pero un sueño profundo doblegó sus párpados y cayó rendida. En ese instante sagrado se manifestaba el Ches sobre la cumbre.

A la hora en que los primeros rayos del sol bañaban de color rosa sus mejillas, el paso de una estilizada gacela la despertó. Se percató de un olor fragante que venía del círculo ahora cubierto de una yerba fresca y lozana, que la cierva devoraba con especial delicia. Todos sus temores se tornaron, como por encanto, en un gozo inmenso, en un regocijo intenso que la llenó de energías.

Tomó gran cantidad de aquella perfumada yerba, descendió lo más rápido que pudo del Páramo de los Sacrificios con la certeza en su corazón de que ésta era la respuesta favorable que esperaban del Ches hacia la soberana de los Andes.

La aromática planta fue recibida por la reina como medicina del cielo. En seguida la comió y al poco rato, volvieron los tonos angelicales a sus mejillas, el brillo a sus ojos y su semblante reflejó nuevamente la dulzura de su corazón.

Retomó sus paseos para que sus súbditos la vieran salir por los floridos campos y las riberas de los ríos, en hombros de gallardos mozos y al son de festivos cantos.

Desde entonces existe en los páramos de los Andes el fragante díctamo, nacido de los cabellos de la hija del Sol, o la yerba de cierva, que es su nombre indígena, en memoria a la primera criatura que comió de ella en los escarpados riscos.

Se dice que el preciado díctamo desaparecerá, como por encanto, el día que alguien desentierre el águila de oro ofrendada al Ches en la misteriosa cumbre.

El díctamo que nace en los páramos andinos es, para los indios, una planta sagrada a la cual se le atribuye la virtud de prolongar la vida.

En el mercado se consigue pero, es creencia popular, que el díctamo real sólo es hallado por las gacelas en la soledad de los páramos, a la hora en que el sol baña con tinte color rosa las alturas de los riscos.

Tomado del Libro “Mitos y Tradiciones”
Selección y Prólogo de Mariano Picón Salas
Biblioteca Popular Venezolana
Antología y Selecciones
Ediciones del Ministerio de Educación
Redacción: Loana Bracho
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Mensaje por paula Miér 12 Jun 2013, 8:58 pm

LEYENDA DE ROMULO Y REMO
Leyenda romana

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Cuenta la leyenda Romana, que el rey de la ciudad Alba Longa, llamado Numitor fue destronado por su hermano Amulio. Lo desterro e hizo matar a todos sus sobrinos a excepción de su sobrina Rea Silvia. Amulio no quería que Rea Silvia tuviera descendencia y por esta razón la obligo a rendirle culto a la divinidad de Vesta, Pero esta quedo encinta por el dios Marte, Rea Silvia pario dos gemelos Rómulo y Remo al enterarse su tío estalló en gran cólera, por lo que de los gemelos, fueron depositados en una cesta dejándolos a la deriva del río Tiber, quería que sus hijos pudieran escapar de una muerte segura a manos de Amulio.

La cesta fue encontrada por una loba la cual los amamanto durante un tiempo. Luego un pastor y su esposa los recogieron y criaron en Gabio, el pastor respondía la nombre de Fáustulo y su esposa al de Aca Larentia.

Al pasar de los años los gemelos supieron de sus turbulentos inicios y decidieron volver a su ciudad natal Alba Longa y vengar los crímenes que cometió Amulio. Lo mataron y le devolvieron el trono a Numitor. En agradecimiento, este les dio a los gemelos Romulo y Remo unos territorios al noroeste de Lacio. Los cuales regresaron al Tiber justo en el lugar donde una vez una loba los amamanto y decidieron fundar una ciudad esto ocurrió en el 753 a.C.

Rómulo y Remo estaban en desacuerdo tras la interpretación de unas señales, Remo al ver seis aves en el cielo apuntando hacia el monte Aventino, interpreto que debían fundar la futura ciudad en este monte. Pero su hermano Rómulo lo interpreto de otra forma, ya que las aves estaban sobre el monte Palatino, y este era el lugar sobre el que debían fundar la futura Urbe.

Rómulo marco con un arado los limites de su ciudad, mientras juraba matar a todo aquel que osara traspasar los límites sin su consentimiento. Su hermano Remo burlándose de el decidió traspasar los límites mofándose de su autoridad, Rómulo cumplió su palabra, lo mato allí mismo. Más tarde lo enterro en la cima del monte Palatino.

Rómulo fundo su ciudad en Pompoeium Palatinum, se proclamo rey, con cien miembros creó el senado, dividió la población en 30 congregaciones o curias. La población era principalmente masculina y carecían de mujeres, Rómulo decidió raptar a las mujeres de las tribus sabinas vecinas, finalmente el rapto termino amistosamente con sus vecinos sabinos. Rómulo junto a Tito Tacio el rey sus vecinos compartió el primer reinado de Roma, más tarde Tito murió, reinando Rómulo en solitario.

Rómulo murió en el 717 a.C. Según cuenta la leyenda este pereció a causa de una tempestad provocada por su padre el dios Marte.

Tras la muerte de Rómulo, el senado eligió como sucesor a Numa Pompilio.

La fundación de Roma según cuenta la leyenda y creída por todos, la fecha se situa en el 21 de abril de 753 a.C. La cual es comunmente ceptada, como el año 0 para el mundo romano.
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Mensaje por paula Miér 12 Jun 2013, 8:59 pm

Leyenda del "Hombre de Palo"
Leyenda toledana

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Aquella mañana otoñal, plagada de hojas de olmos y castaños, el bachiller Rui López de Dávalos(abuelo del que llegará a ser Regidor de Toledo) y el damasquinador Bernardino Moreno de Vargas comentaban los pormenores de las fiestas de Esquivias, cuando avistaron a menos de un treintena de pies al relojero del Emperador Carlos V, conocido por todos con el sobrenombre de Juanelo Turriano( en la pila bautismal de Cremona, donde vino al mundo con el siglo, rezaba como Giovanni Torrino), que venía hacia la plazuela donde ambos estaban apostados aprocechando los rayos solariegos de tan bendecida mañana. Lo sorprendente no era ver al ingeniero y matemático italiano caminar por estos lares, ya que de costumbre matutina Juanelo solía dar paseos en compañía de su mozo, Jorge de Diana, donde era agasajado y reverenciado por curia y artesanos, licenciado y mercaderes, cortesanos y pueblo llano; nadie olvidaba que Juanelo y su artificio habían calmado la sed del amurallado y empinado Toledo. No.

Las perplejas miradas del bachiller y del damasquinador de aquel día de mil quinientos sesenta y tantos se centraron en el extraño acompañante, que no era su ayudante Jorge, que caminaba al lado de Juanelo con paso balanceante como si el vino de El Toboso hubiera hecho mella por su temprana y aventurada ingestión.

Cuando el resuello de Juanelo y su enigmático compañero de zancada alcanzaron a Rui y Bernardino, éstos fueron incapaces de pronunciar palabra y saludar al relojero del César como en ellos era castellana costumbre. Quedaron petrificados, embrujados por un no sé qué hechizo, como si huebieran visto a los mismisimos Caballeros de Lucifer cabalgando a lomos de dragones alados. Pero no sólo estos dos toledanos quedaron estupefactos, también el resto de vecinos que en ese momento se hallaban en el lugar no daban crédito a lo que estaban viendo aquela mañana de primeros de noviembre. Algunos, incluso, con rodilla en tierra, invocaron a sus santos de devoción, acogiéndose al Santísimo como máximo protector por que podía pasarles.

Turriano, ajeno a la perpejeidad de sus vecinos, anduvo su camino por la calle estrecha que conducía hasta el Palacio Episcopal, asiendo de vez en cuando a su acompañante por un brazo para que éste no diera de bruces con el suelo. El personaje tan enigmático que había causado el terror, más que la admiración, entre la población no era otra cosa que un autómata de madera que, según los presentes, se movía con tal garbo y destreza que en nada tenía que envidiar a los agüeros que desde el Puente de San Martín al Zoco acarreaban todas las mañanas el agua que refrescaba los gaznates de los curtidores, plateros y alfareros, que a grito pelado vendían en este mercado sus artesanas manufacturas. Al día siguiente, Juanelo Turriano repitió el mismo paseo acompañado de su autómata, y aunque la expectación fue la misma el recelo de la muchedumbre, sin embargo, se convirtió, una vez más, en admiración hacia el ingeniero al que les tenía acostumbrados el relojero italiano de Carlos V. Ese día, si cabe, el autómata de Tuerriano daba zancada más acordes con los andares imperiale, muy de moda en Toledo tras imponerse la iconografía de los reales Alcázares de Sevilla donde Carlos V y el amor de su vida, Isabel de Portugal, habian contraído matrimonio canónico en la lejana y añorada madrugada del día 11 de marzo de 1526.

Fue una mañana histórica, de reconocimiento multitudinario, puesto que la voz se había corrido tanto o más que la pólvora utilizada por el Emperador para poner orden en sus vastos territorios europeos. Cientos de toledanos madrugaron para ver persoalmente el nuevo invento de Juanelo Turriano, y apostados en las calles en filas interminables, como si fueran a presenciar el cortejo procesional del Corpus Christi, esperaron pacientemente a que el relojero saliera de su casa camino del Palacio Episcopal. Incluso representeantes del Santo oficio participaron en este espectáculo por si la inspiración luterana y hereje hubiera poseído al hasta ahora modélico católico y apostólico Juanelo Turriano.

El relojero abandonó su vivienda a la misma hora que solía hacerlo cada mañana, pero para la decepción de todos, Juanelo iba acompañado ese día por su ayudante Jorge de Diana y no por el protagonista que había causado tamaño revuelo y congregado a cientos de toledanos a lo largo de la calle por donde supuestamente caminaría el autómata. Entre la vecindad se alzó una voz, y preguntó a Turriano: "Señor, ¿dónde habéis dejado hoy a vuestro famoso hombre de palo, del que todo Toledo habla y que nos ha reunido a todos aquí?". Juanelo, envuelto en capa de paño segoviano por las tempraneras heladas que presagiaban un duro invierno en la Ciudad Imperial, se dirigió al grupo de donde procedía la interrogante voz, y con palabra pausada e ineludible acento italiano, respondió: "Estén todos ustedes tranquilos que al que llaman hombre de palo, que para mí es sólo un pasatiempo y un juguete, saldrá de mi morada no más tarde de que el sol limpie la escarcha de esta plazuela". Dicho esto, Juanelo y su mozo se dirigieron hacia el Puente de Alcántara para inspeccionar su artificio y comprobar que la compleja y gran noria funcionaba a la perfección y que el suministro de agua al Alcázar era constante y fluido. Allí, en los aledaños de la casa de Juanelo, permanecieron todos, sin que nadie se atreviera a abandonar su privilegiado emplazamiento que le permitiría ver a la estatua moviente.

La dueña de la casa abrió el protón, y ayudando al autómata situarse en ruta, lo acercó con delicadeza al centro de la calle. Acto seguido, el hombre de palo echó su pie derecho hacia delante y comenzó a andar, y después de muchas reverencias y cortesías llegó hasta el Palacio Arzobispal, donde tomó la ración de pan, carne y sal que a Juanelo Turriano correspondía como aparejador de la Catedral, nombrado en su día por el Cardenal Tavera, prelado entonces de esta Diócesis. Una vez depositadas las viandas en un pequeño saco que colgaba a modo de mochila de su hombro hasta alcanzar media espalda, al autómata dio media vuelta sobre sí mismo y recorrió el camino andando, donde el ama le esperaba impaciente. Este paseo del hombre de palo fue del agrado de todos los toledanos, que a partir de ese momento reforzaron, aún más, la convicción de tener entre su vecindario al más insigne y sabio de cuantos científicos vivían en la época.

Fue a partir de entonces cuando la popularidad del italiano traspasó todas las fronteras atribuyéndole nuevos y prodigioso inventos desarrollados en su época milanesa, y que, según los rumores alentados por el populacho, había cuadrado con extremo celo hasta su muertes el Emperador Carlos V para su deleite personal en su retiro de Yuste, donde Juanelo vivió casi recluido en Cuacos en compañía de otros destacados inventores, astrólogos y científicos. Se decía que había construido pájaros que batían las alas y cantaban, y tanta era su naturalidad que había que atarlos para que no se escaparan. Otros aseguraban haber visto varias estatuillas de hombres armados a caballo, que tocaban las trompetas y los tambores. Incluso, su fiel amigo y cronista Ambrosio de Morales describía el modelo que hizo de una "dama de más de una tercia de alto, que puesta sobre una mesa danza por ella al son de un tambor, que ella misma va tocando y da vueltas tornando a donde partió".

El hombre de palo se convirtió así en la atracción preferida por los toledanos, que incluso, venían de los pueblos y de la vecina Madrid para ver n situ al autómata de Juanelo que, puntualmente, unas veces acompañado por su creador, otras en soledad matutina, recorría el camino que distaba entre la casona del sabio italiano y el palacio de la curia toledana, donde los eclesiásticos tenían en el autómata una de sus preferidas diversiones. "sólo le falta hablar", comentaba Saturnino Bellido, santero arzobispal, que era el primero en recibir a la estatua andante antes de que ésta recogiera en su pardo saco las prebendas alimenticias que correspondían a su amo y creador. La popularidad del autómata llevó a los toledanos a renombrar la estrecha calle donde la estatua moviente tenía más dificultades de atravesar, y que antecedía a la plaza donde se hallaba el Palacio Arzobispal, siendo bautizada pro el propio pueblo como Calle del Hombre de Palo.

Así fue como el hombre de palo quedó inmortalizado en la historia milenaria de Toledo, y hoy todavía perdura la calle que lleva su nombre, por donde el autómata, de dos varas de alto y miembros correspondientes, paseó su gracia, unas veces vestido de corto, otras de golilla, pero siempre exhibiendo una cariñosa cortesía que cautivó a los guachos del Toledo que pocos años después perdería la capitalidad del Reino. Tal era la devoción de estos muchachos, tal su querencia con el hombre de palo, que los corros infantiles quisieron dotar a la estatua de vida propia y tratarla como un vecino más del amurallado Toledo, bautizándolo con el nombre de Don Antonio, pero eludiendo dotarlo de apellido no fuera que el árbol genealógico de Giovanni Torriano, a pesar de no estar blasonado, se sintiera herido en su historia ancestral por llamar al hombre de palo Don Antonio Turriano, que como criatura creada por el relojero de Carlos V le debería corresponder
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Mensaje por paula Miér 12 Jun 2013, 9:00 pm

Calle del lazo
Leyenda madrileña

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Cuenta la leyenda, que el rey Alfonso X (siglo XIII), regaló un bello lazo de oro a su enamorada María Dalanda. El rey Alfonso X, sospechando que su amada tuviera otro amante, mando que la vigilasen.

Una noche se encontró un joven muerto, dicen las malas lenguas que dicho joven llevaba el lazo de oro que le había regalado el rey, confirmando así la infidelidad.

Otra leyenda que dio el nombre a esta calle fue la aparición en el arroyo de San Ginés de un gran lagarto que estaba atemorizando a los vecinos, estos se reunieron y dispusieron dar caza al lagarto colocando una trampa y finalmente ponerle un lazo.
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Mensaje por paula Mar 10 Sep 2013, 7:55 pm

La leyenda de la calle Petritxol

leyenda de Barcelona


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Cuenta la leyenda que allá en el siglo IX, cuando Barcelona se encontraba bajo el dominio musulmán, la única misa cristiana que se permití*a celebrar era en la iglesia del Pino antes del amanecer para que no coincidiera con las primeras liturgias en las mezquitas ya que de la otra forma se considerarí*a un hecho ofensivo.
Los cristianos viví*an en el Raval y para llegar a su única parroquia habí*an de dar un largo rodeo ya que las calles que llevaban directamente a la iglesia estaban reservadas a los musulmanes. Una misa a esas intempestivas horas sumado a la gran vuelta que tení*an que dar hací*a que la parroquia estuviera casi siempre vací*a.

Un día el viejo sacerdote fue a sacar agua de su poco para lavar el cáliz antes de misa con la mala fortuna de rompérsele la cuerda del cubo. Intentando recuperarlo utilizando garfios y todo lo que tenía a mano extrajo ante su sorpresa un cofre repleto de oro. Volvió a hacer la misma operación obteniendo otro cofre lleno con más monedas y así* varias veces. Comprendió entonces que todo ese oro lo debieron guardar en un lugar seguro los cristianos antes de la invasión sarracena por lo que su inversión tenía que ser en beneficio de ellos.

Como su prioridad era llenar de nuevo su parroquia con feligreses, ni corto ni perezoso se dirigió al emir para buscar una solución le preguntó cuánto costaría comprar la calle que va desde la muralla hasta la iglesia, es decir, el camino más corto. El emir quiso poner un precio inalcanzable y le ofreció cubrir esa calle con monedas de oro. Sólo así* podrí*a comprarla.

Días más tarde, el anciano sacerdote ayudado por unos cuantos feligreses sacaron de la iglesia del Pino cofres y más cofres repletos de monedas de oro y empezaron a cubrir el suelo de la calle. Quedaban pocos metros para alcanzar la muralla cuando las monedas se terminaron. Al ver tantí*simo dinero junto, el emir no podí*a perder la ocasión de llenar sus maltrechas arcas, así* que regaló el terreno que les faltaba hasta la muralla y allí* abrieron una nueva puerta que sólo la podí*an cruzar los cristianos para no cruzarse con los musulmanes. Más que una puerta era una portichuela, o portitxol o petritxol, dando nombre a la calle.
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Mensaje por Ángel Perverso Miér 11 Sep 2013, 10:30 pm

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Mensaje por paula Dom 22 Sep 2013, 11:10 pm

El lago de Taravilla
Leyenda Castellana

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Esta Leyenda Castellana es del Siglo XVI y se titula El lago de Taravilla. Un relato entretenido y lleno de misterio.
Una tarde de septiembre de 1528, bajo una imponente tormenta, llamó a un albergue perdido en el monte, un noble caballero. Sus vestidos eran lujosos, y el ventero, después de inspeccionar por la mirilla de la puerta abrió complacido.
El recién llegado pidió lumbre para secar sus ropas y permiso para meter en la cuadra a su caballo. Como la tormenta no cesaba y la noche se echaba encima, decidió alojarse allí; mandó que le prepararan una buena cena y una habitación para dormir.
El ventero, imaginando que el caballero sería algún gran personaje extraviado en el monte y con sus bolsillos repletos de escudos, determinó apoderarse del oro, ya que a un rincón tan intrincado del bosque nadie le habría visto entrar. Le sirvió la cena lo más rápido posible, y no cambió palabra con él para que sin ninguna distracción, se retirara inmediatamente a su aposento. El dueño de la posada, se despidió para acostarse, se metió en su cuarto, buscó un afilado cuchillo, y con gran agitación esperó a que su huésped estuviese acostado.
Escuchó un rato sin percibir el menor ruido, y sabiendo que ya con certeza el caballero dormía, abrió con cuidado la puerta, se lanzó sobre el lecho y clavó repetidas veces el arma sobre el infeliz durmiente. El asesino cuando comprobó a la luz de una bujía que el hombre estaba muerto, registro sus ropas, hallando en ellas varias bolsas de oro.
El hostelero se sintió feliz, varias veces contó las monedas y finalmente las puso en lugar seguro, metió a la víctima, rápidamente, en un saco lleno de piedras y cosido, lo cargó y lo transportó hasta la cercana laguna de Taravilla, la cual creen sin fondo y comunicada con la Muela de Utiel por abismos subterráneos.
Vuelto a casa, el criminal borró toda huella del crimen, se acostó satisfecho y durmió toda la noche. Al día siguiente, como no encontró el cuchillo, se inquietó con el pensamiento de que lo hubiese dejado clavado en el muerto y de que el arma llevaba grabada en la hoja su nombre y apellidos. Pero se tranquilizó pensando ¿quién podría verlo nunca ?, podría vivir tranquilo, ningún humano había llegado jamás al fondo del lago.
Pasados unos meses, una negra noche, un fuerte temblor de tierra se dejó sentir en la comarca, abriendo las entrañas de la Muela de Utiel, lo que hizo que bajaran las aguas del lago de Taravilla, finalmente desaparecieron en las entrañas de las simas y el lago quedó seco. Acudieron a contemplarlo los vecinos de los pueblos de alrededor y descubrieron un saco abierto por algo cortante y un cadáver con un puñal en la mano, ese puñal llevaba el nombre del hostelero grabado.
La noticia se divulgó rápidamente, y el asesino al verse descubierto, antes de ser detenido, se ahorcó de una viga.
Semanas más tarde las aguas comenzaron a llenar de nuevo el lago. Desde entonces se ha repetido varias veces el fenómeno, y los vecinos creen que las aguas se retiran cuando el lago esconde algún secreto, y vuelven a aparecer cuando se le ha dado al cadáver cristiana sepultura.
La laguna de Taravilla es visitable, está cerca de Molina de Aragón, en el parque natural del Alto Tajo.
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Mensaje por paula Jue 26 Sep 2013, 7:42 pm

El Mayab, la tierra del faisán y del venado
Leyenda Maya


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Hace mucho, pero mucho tiempo, el señor Itzamná decidió crear una tierra que fuera tan hermosa que todo aquél que la conociera quisiera vivir allí, enamorado de su belleza. Entonces creó El Mayab, la tierra de los elegidos, y sembró en ella las más bellas flores que adornaran los caminos, creó enormes cenotes cuyas aguas cristalinas reflejaran la luz del sol y también profundas cavernas llenas de misterio. Después, Itzamná le entregó la nueva tierra a los mayas y escogió tres animales para que vivieran por siempre en El Mayab y quien pensara en ellos lo recordara de inmediato. Los elegidos por Itzamná fueron el faisán, el venado y la serpiente de cascabel. Los mayas vivieron felices y se encargaron de construir palacios y ciudades de piedra. Mientras, los animales que escogió Itzamná no se cansaban de recorrer El Mayab. El faisán volaba hasta los árboles más altos y su grito era tan poderoso que podían escucharle todos los habitantes de esa tierra. El venado corría ligero como el viento y la serpiente movía sus cascabeles para producir música a su paso.

Así era la vida en El Mayab, hasta que un día, los chilam, o sea los adivinos mayas, vieron en el futuro algo que les causó gran tristeza. Entonces, llamaron a todos los habitantes, para anunciar lo siguiente: —Tenemos que dar noticias que les causarán mucha pena. Pronto nos invadirán hombres venidos de muy lejos; traerán armas y pelearán contra nosotros para quitarnos nuestra tierra. Tal vez no podamos defender El Mayab y lo perderemos.

Al oír las palabras de los chilam, el faisán huyó de inmediato a la selva y se escondió entre las yerbas, pues prefirió dejar de volar para que los invasores no lo encontraran.

Cuando el venado supo que perdería su tierra, sintió una gran tristeza; entonces lloró tanto, que sus lágrimas formaron muchas aguadas. A partir de ese momento, al venado le quedaron los ojos muy húmedos, como si estuviera triste siempre.

Sin duda, quien más se enojó al saber de la conquista fue la serpiente de cascabel; ella decidió olvidar su música y luchar con los enemigos; así que creó un nuevo sonido que produce al mover la cola y que ahora usa antes de atacar.

Como dijeron los chilam, los extranjeros conquistaron El Mayab. Pero aún así, un famoso adivino maya anunció que los tres animales elegidos por Itzamná cumplirán una importante misión en su tierra. Los mayas aún recuerdan las palabras que una vez dijo:

—Mientras las ceibas estén en pie y las cavernas de El Mayab sigan abiertas, habrá esperanza. Llegará el día en que recobraremos nuestra tierra, entonces los mayas deberán reunirse y combatir. Sabrán que la fecha ha llegado cuando reciban tres señales. La primera será del faisán, quien volará sobre los árboles más altos y su sombra podrá verse en todo El Mayab. La segunda señal la traerá el venado, pues atravesará esta tierra de un solo salto. La tercera mensajera será la serpiente de cascabel, que producirá música de nuevo y ésta se oirá por todas partes. Con estas tres señales, los animales avisarán a los mayas que es tiempo de recuperar la tierra que les quitaron.

Ése fue el anuncio del adivino, pero el día aún no llega. Mientras tanto, los tres animales se preparan para estar listos. Así, el faisán alisa sus alas, el venado afila sus pezuñas y la serpiente frota sus cascabeles. Sólo esperan el momento de ser los mensajeros que reúnan a los mayas para recobrar El Mayab.
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Mensaje por satanas666 Jue 26 Sep 2013, 11:46 pm

Muy buenos Paula :BSTE:
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Mensaje por paula Sáb 23 Ago 2014, 11:18 am

La Leyenda De La Yerba Mate
Leyenda argentina


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Un día, desobedeciendo los consejos de Tupá, el Dios padre de los guaraníes, Así, la Luna, y su amiga Aria, la Nube rosada del crepúsculo, quisieron bajar a la tierra.

Así lo hicieron y tomaron sus formas corpóreas. Lo hicieron en esas zonas de tierras rojas, pero no habían contado con los peligros que podía acecharlas en el bosque. Mientras paseaban entre los árboles, admirando sus frutos olorosos, gozando de ver sus hermosos rostros en las aguas límpidas de los ríos, disfrutando de caminar sobre la hierba fresca, se les presentó un jaguar que se disponía a atacarlas. Ellas quedaron inmóviles y anonadadas.

En ese momento se presentó un anciano que se enfrentó al peligroso animal, y que con su cuchillo logró matar al yaguareté, y acabar con el peligro que corrieron las diosas en ese momento, en que ni siquiera les dio tiempo de abandonar sus formas terrenales.

El viejo indio las invitó a su cabaña para recibir la hospitalidad de su familia. Llegaron a una choza humilde y miserable, en que fueron recibidas por la mujer y la hija del anciano. Así y Aria habían quedado maravilladas por la hermosura de la joven llena de un tímido recato.

Comieron panes de maíz que hizo la vieja india con el resto de maíz que le quedaba a la familia para alimentarse, ofreciéndoles su pobreza en demostración de amistad y cariño.

Y aceptando esa bondad de la familia, pasaron allí esa noche descansando de las emociones vividas durante ese día en la tierra.

Cuando quedaron solas las dos, Aria preguntó:

-¿Qué hacemos ahora, Así? ¿Volvemos a nuestra morada y dejamos que estas gentes crean que nuestro encuentro ha sido un sueño ?

Así movió negativamente la cabeza.

-No, no, Aria. Estoy llena de curiosidad por saber cuál es el motivo que les ha hecho retirarse a estas soledades y encerrar con ellos a esa hermosa joven. Y, si no logramos que nos lo digan, nuestro poder no es suficiente para adivinarlo. Esperemos a mañana.

Aria no sentía la curiosidad de Así; pero era amiga de la pálida diosa, y accedió a su deseo, aunque no le agradaba mucho pasar la noche en la ruinosa cabaña.

A la mañana siguiente, cuando llegó la nueva luz, Así anunció al viejo que había llegado el momento de marchar.

- Esperamos - le dijo - que, así como os habéis comportado con nosotros tan amablemente, nos acompañéis, según dijisteis, hasta el linde del bosque.

Apenas se habían apartado del claro del bosque donde estaba la cabaña, cuando Así, con toda su fría astucia, intentó que su acompañante les dijera lo que tanto deseaba. Pero el viejo había intuido el deseo de la joven, y, atribuyéndolo a curiosidad propia de mujer, se decidió a satisfacerlo, y le dijo:

- Hermosa doncella, bien veo que os ha llamado la atención el alejamiento en que vivo con mi mujer y mi hija; mas no penséis que hay en ello ningún motivo extraño.

Y luego escucharon el relato del anciano indio, que les confió que estaban viviendo alejados del poblado, para apartar a su inocente hija de los peligros que le podría acarrear su increíble belleza e inocencia.

Durante su vida juvenil había vivido junto a los de su tribu, una tribu como las muchas que estaban en las proximidades de los grandes ríos, dedicadas a la caza y a la lucha. Allí conoció a la que fue su mujer, y su alegría no tuvo límites el día en que nació su hija, una niña tan llena de hermosura, que aumentaba el gozo natural de sus padres. Pero esta alegría se fue trocando en preocupación a medida que la niña fue creciendo, pues era tan inocente, tan llena de candor y tan falta de malicia, que el padre empezó a temer el día en que perdiera tan hermosos atributos. Poco a poco, el desasosiego, la inquietud y el temor invadieron el espíritu del indio hasta que determinó alejarse de la comunidad en que vivía para que en la soledad pudiese su hija guardar aquellas virtudes con que Tupa la había enriquecido.

- Abandoné todo lo que no me era necesario para vivir en el bosque - dijo el viejo - y, sin decir a nadie hacia dónde iba, huí como un venado perseguido, hacia la soledad. Desde entonces vivo allí. Sólo el cariño que tengo a mi hija pudo hacerme cometer esta especie de locura. Pero soy feliz, vivo tranquilo.

Calló el viejo y ninguna de las dos supo qué contestarle. Entonces Así, viendo que el linde del bosque estaba cerca, le pidió que las dejase, después de prometerle que a nadie hablarían de su encuentro. Accedió el viejo indio, y, una vez que Así y Aria se vieron solas, perdieron sus formas humanas y ascendieron a los cielos.

Pasaron algunos días, en los que la pálida diosa no podía olvidar las aventuras y sobre todo el encuentro que había tenido en el bosque, y, observando al viejo indio desde su soledad celeste, comprendió todo el valor de la hospitalidad que aquél les había ofrecido en su cabaña, pues vio que las tortitas de maíz, de que tanto gustaban todas aquellas tribus, habían desaparecido de su alimento. Era indudable que las que les fueron ofrecidas habían sido las últimas que tenían. Entonces, una tarde, volvió a hablar con Aria y le contó lo que había observado.

- Yo creo - dijo la nube sonrosada - que debemos premiar a aquellas gentes. ¿Qué te parece, Así?

- Lo mismo he pensado yo, y por eso he querido hablar contigo. Podríamos hacer, ya que el viejo tiene ese cariño por su hija, tan fuera de lo común, que nuestro premio recayese sobre la joven.

- Has pensado bien, Así. Y como fue tan hospitalario, y sabes que Tupa se alegra de que los hombres sean de ese modo, tendremos también que demostrárselo.

Desde aquel momento, las jóvenes diosas se dedicaron con afán a buscar un premio adecuado. Por fin, se les ocurrió algo verdaderamente original y, con el mayor secreto, se decidieron a ponerlo en práctica. Para ello, una noche infundieron a los tres seres de la cabaña un sueño profundo, y, mientras dormían, Así en forma de blanca doncella fue sembrando, en el claro del bosque que delante de la choza se extendía, una semilla celeste. Después volvió a su morada, y desde el cielo oscuro iluminó fuertemente aquel lugar, a la vez que Aria dejaba caer suave y dulcemente una lluvia menuda que empapaba amorosamente la tierra. Llegó la mañana, Así quedó oculta bajo el sol radiante, pero su obra estaba concluida. Ante la cabaña habían brotado unos árboles menudos, desconocidos, y sus blancas y apretadas flores asomaban tímidas entre el verde oscuro de las hojas. Cuando el viejo indio despertó de su profundo sueño y salió para ir al bosque, quedó maravillado del prodigio que ante la puerta de su choza se extendía. Desde ella estaba quieto y silencioso queriendo comprender lo que había sucedido, pero a la vez con un soterrado temor de que sus ojos y su mente no fuesen fieles a la realidad. Por fin, llamó a su mujer y a su hija, y, cuando los tres estaban extáticos mirando lo que para ellos era un prodigio, otro mayor acaeció ante sus ojos y les hizo caer de rodillas sobre la húmeda tierra. Las nubes, que desperdigadas vagaban por el cielo luminoso, se juntaban apretadamente y lo tornaron oscuro, al mismo tiempo que una forma blanquísima y radiante descendía hasta ellos. Así, bajo la figura de doncella que habían conocido, les sonreía confiadamente.

- No tengáis ningún temor - les dijo -. Yo soy Así, la diosa que habita en la luna, y vengo a premiaros vuestra bondad. Esta nueva planta que veis es la yerba mate, y desde ahora para siempre constituirá para vosotros y para todos los hombres de esta región el símbolo de la amistad y el alimento caliente que beberán. Y vuestra hija vivirá eternamente, y jamás perderá ni la inocencia ni la bondad de su corazón. Ella será la dueña de la yerba.

Después, la diosa les hizo levantar del suelo donde estaban arrodillados, y les enseño el modo de tostar y de tomar el mate.

Pasaron algunos años, y al viejo matrimonio le llegó la hora de la muerte. Después, cuando la hija hubo cumplido sus deberes rituales, desapareció de la tierra. Y, desde entonces suele dejarse ver de vez en vez entre los yerbatales misioneros como una joven hermosa en cuyos ojos se reflejan la inocencia y el candor de su alma.
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Mensaje por paula Sáb 27 Dic 2014, 9:56 pm

Leyenda del Cuélebre
Leyenda asturiana
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Cuenta la tradición que hace muchas centurias y en la poética ciudad de Cangas de Onís, vivía un rey con una hija joven y bella.
Todos los nobles, prendados de su hermosura, disputaban su corazón, pero la princesa a nadie correspondía, decidida a casarse únicamente por amor verdadero.
Haciéndosele imposible la espera, un día ordenó el rey que la trajeran a su presencia y con acento severo, advirtióle-- Tienes ocho días para elegir marido, si es que no quieres exponerte a la suerte de un castigo-- Breve me lo fiáis-- contestó la joven--; no me casaré hasta tanto no me sienta firmemente enamorada.
Había transcurrido el tiempo prefijado y propúsose el rey dar cumplimiento a su palabra. Invitó a la princesa a un paseo y la condujo hasta un paraje de Abamia, donde se abría una cueva de la que el vulgo contaba cosas extraordinarias: decían unos que de allí salían gemidos y suspiros; referían otros que su interior comunicaba con el mismo infierno; no faltando quién aseguraba que allí habitaba el misterioso cuélebre... ...Abandonó el rey su montura y con curiosidad fingida acercose a la puerta de la cueva; otro tanto hizo la princesa, momento en el que el padre aprovechó para, mirándola fijamente, conjurarla con estas palabras: "En esta cueva te meterás, y cuélebre te harás, y el que contigo quiera casar, tres besos en la lengua te tiene que dar..." Al instante la frágil y bella princesa se convirtió en espantoso cuélebre que se deslizó pesadamente cueva adentro.
... Cumplido el castigo, pesaroso, retornó el rey a palacio, sin darse cuenta de que en las proximidades de la cueva andaba un pastor, mozo apuesto, que vio el encantamiento y oyó el conjuro. Armado de valor, penetró en la cueva, y prendiendo fuertemente la cabeza del cuélebre, le dio tres besos en la lengua. Al instante se rompió el conjuro y apareció la princesita, radiante, serena y pletórica de hermosura.
Asegura la tradición que esta vez sí se enamoró la princesa de su salvador, que se casaron y que fueron reyes felices ».
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